sábado, 19 de mayo de 2012

La invasión soviética a Afganistán en 1979.




Por Ricardo López Göttig


Con la asunción de Richard Nixon a la presidencia de Estados Unidos en enero de 1969, en plena guerra de Vietnam, el nuevo mandatario de signo republicano se empeñó -junto a su conocido asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger- en lograr la distensión en el enfrentamiento de la guerra fría con la Unión Soviética. El secretario general del Partido Comunista soviético, Leonid Ilich Brezhnev, fue su contraparte en la búsqueda de lo que se dio en llamar la "détente" entre ambas superpotencias, a pesar de que permanecieron abiertos algunos frentes como el del Sudeste asiático. Pero ambos lograron despejar algunas suspicacias y se iniciaron las conversaciones de desarme atómico, procurando llegar a firmar el tratado SALT.
Nixon, que ganó ampliamente la reelección en 1972, debió renunciar por el escándalo del Watergate en agosto de 1974, siendo sucedido por el congresista Gerald Ford, poco antes elegido vicepresidente por el Congreso. El presidente Ford mantuvo esa política de distensión, junto al entonces secretario de Estado Henry Kissinger, llegando a tener una reunión cumbre con Brezhnev en Vladivostok.
Pero estos acercamientos diplomáticos se perdieron durante la presidencia del demócrata Jimmy Carter a partir de 1977, quien intentó ligar la política exterior con la promoción de los derechos humanos en los países de Europa oriental. Carter tuvo una presidencia desafortunada: a comienzos de 1979 cayó el régimen monárquico del Sha Mohammad Reza Pahlevi en Irán, un aliado de los Estados Unidos en el golfo Pérsico. El 4 de noviembre de ese año, un grupo de estudiantes tomó la embajada estadounidense en Teherán, reteniendo como rehenes a los funcionarios que allí se encontraban. Y el 25 de diciembre la Unión Soviética invadió Afganistán, arrojando al cesto de la basura los tibios avances logrados en los años de la distensión.
¿Por qué se produjo esta invasión que desangró a los soviéticos? Brezhnev se hizo célebre por la doctrina que llevó su nombre por la invasión de agosto de 1968 a Checoslovaquia, cuando los tanques del Pacto de Varsovia -con la sola excepción de Rumania- aplastaron el intento del "socialismo con rostro humano" que impulsó Aleksandr Dubček para darle legitimidad y nueva vida al socialismo real. Desde entonces, Brezhnev se hizo adicto a los calmantes, ingesta que terminó deteriorando su cuerpo y facultades mentales. A raíz de este deterioro, el verdadero poder soviético se hallaba en manos de la troika formada por el director de la KGB Iuri Andropov, el ministro de Relaciones Exteriores Andrei Gromiko y el ministro de Defensa Dmitri Ustinov, siendo estos tres miembros del Politburó -el órgano máximo del PC soviético- los que tomaban las decisiones fundamentales.
Observemos el escenario afgano, para comprender la situación interna de este montañoso país. En 1973 fue derrocado el Rey Mohammed Zahir Shah, quien había dado los pasos iniciales hacia la monarquía constitucional y un ambiente más permeable a la secularización y modernización de las costumbres, siendo sucedido por su primo Mohammed Daud Khan, que proclamó presidente de la República. El Rey partió al exilio, sólo para retornar en el 2002 y colaborar con la reconstrucción del país tras el régimen de los Talibán, sin pretender la restauración de la monarquía. El breve período republicano de Daud se caracterizó por ser un régimen opresor.
En un sangriento golpe en 1978, en la "revolución de abril", militares tomaron el poder en Kabul, le entregaron el gobierno al Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA) y buscaron apoyo en la URSS, cuyos dirigentes al parecer ignoraban este plan. Dado que Afganistán era entonces limítrofe con la Unión Soviética, el nuevo régimen de izquierda recibió constante ayuda económica y consejeros rusos y de Asia Central. Lo cierto es que, como en toda dinámica revolucionaria, comenzó el proceso interno de purgas dentro del PDPA: la fracción Jalq, liderada por Nur Mohammad Taraki y Hafizullah Amín aplicaron el terror stalinista contra la fracción Parcham. A pesar de que los soviéticos sugirieron evitar la aplicación de la purga interna en un régimen tan endeble, Taraki prosiguió con la represión interna. Taraki -primer ministro- firmó un Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Coooperación con Brezhnev en su visita a Moscú. A comienzos de 1979 hubo un levantamiento de orientación islámica en la ciudad de Herat, contraria a las reformas radicales que estaba introduciendo el régimen Jalq, y los líderes de Kabul pidieron asistencia militar a la URSS. Durante varios meses, la troika mencionada debatió la intervención a su aliado inesperado, poniendo atención en la revolución islámica que se estaba desarrollando en Irán simultáneamente. Asimismo, el despliegue del ejército soviético para "salvar la revolución" hubiera significado el fin de la distensión y la no ratificación del tratado SALT de limitación de armas.
Lo cierto es que, en este ambiente tenso, Hafizullah Amin dio un golpe de Estado en septiembre contra el primer ministro Taraki, quien el 9 de octubre de 1979 fue estrangulado en su celda. El 4 de noviembre, los estudiantes iraníes tomaron la embajada de Estados Unidos en Teherán. El 12 de diciembre del mismo año, la OTAN decidió el despliegue de misiles Pershing en Europa occidental. Ante estos sucesos y para demostrar iniciativa política y diplomática, se elaboró un plan de intervención por parte de Ustinov y Andropov para Afganistán, deponer a Amín, bajo el pretexto de que el gobierno afgano ya había solicitado la ayuda militar. Leonid Ilich Brezhnev habría dado su consentimiento a la invasión sin haber logrado entender, por su deterioro, la dimensión de lo que estaba aconteciendo. 
En la sangrienta invasión y toma del palacio presidencial, Hafizullah Amín fue detenido y acribillado por los soviéticos, tras lo cual impusieron a Babrak Karmal como nuevo líder afgano, miembro de la facción Parcham. Este, no obstante, fue depuesto por iniciativa de Mijail Gorbachov en 1986 por haber demostrado su ineptitud en el cargo, ya en plena guerra civil contra la insurgencia islámica.
Esta invasión provocó el bloqueo económico de Occidente a la URSS, tan necesitada de alimentos y capitales, sepultó en el olvido al tratado SALT, el boicot a los juegos olímpicos de Moscú de 1980 por parte de los occidentales y contribuyó decisivamente al clima de pesimismo que llevó al fracaso de la presidencia de Carter, derrotado en las elecciones de noviembre de 1980 por el republicano Ronald Reagan.


Bibliografía consultada


Vladislav Zubok, Un imperio fallido. Barcelona, Crítica, 2008.
John Lewis Gaddis, Nueva historia de la Guerra Fría. México, FCE, 2011.
Robert Service, Camaradas. Barcelona, Ediciones B, 2009.
Mijail Gorbachov, Memorias. Barcelona, Plaza & Janés, 1996.
Jean Meyer, Rusia y sus imperios. México, FCE, 2005.
Vladimír Nálevka, Světová politika ve 20. století. Praga, Nakladatelství Aleš Skřívan, 2000. Tomo II.
Běla Plechanovová e Jiří Fidler, Kapitoly z dějin mezinárodních vztahů. 1941-1995. Praga, ISE, 1997. Tomo II

viernes, 4 de mayo de 2012

Taller de Mitología, a cargo de Ricardo López Göttig

Taller de Mitología. Mitos y Leyendas de Oriente y Occidente.


Profesor: Dr. Ricardo López Göttig


1. Introducción a los conceptos de mito, leyenda y relato. Lo sagrado y lo profano. Tiempo primordial, sagrado y profano. La función del mito y la preservación del orden cósmico.
2. Cosmogonía, Teogonía y Antropogonía. Mitos de Oriente y Occidente: Japón, India, Persia, Grecia, Antiguo Oriente, Egipto.
3. Lo iniciático: mito y rito. El segundo nacimiento. La transmisión oral y secreta del mito. Los misterios eleusinos en la antigua Grecia.
4. El árbol, la montaña cósmica, el axis mundi. Su representación en la arquitectura. La leyenda: la épica griega e india. El héroe, el laberinto, el viaje y las proezas.

Fecha de inicio: Viernes 8 de junio, de 19 a 21
Lugar: Castillo Pittamiglio, Rambla Gandhi 633, Montevideo.
Costo: $990.-

Teléfono: (00598) 2710 1089

viernes, 16 de marzo de 2012

Tocqueville y Argelia.

Por Ricardo López Göttig

Alexis de Tocqueville es recordado por dos grandes libros: “La democracia en América”, fruto de su viaje a los Estados Unidos y que le dio gran notoriedad en la Francia de la monarquía de Julio, y “El Antiguo Régimen y la Revolución”, primera parte de sus estudios inconclusos, publicado tres años antes de su muerte prematura, en tiempos del Segundo Imperio. El primero de sus libros le sirvió para iniciar su carrera parlamentaria; el segundo, fue el resultado de su retiro de la arena política, dado su rechazo al emperador Napoleón III.
Pero en general se pasa por alto que Tocqueville fue diputado durante el reinado de Luis Felipe de Orléans, y luego asambleísta constituyente y ministro de Relaciones Exteriores durante la Segunda República. En su actuación parlamentaria, prestó especial atención a la posición internacional de Francia y visitó en dos ocasiones Argelia, que desde 1830 era posesión colonial gala en el norte de África.
Conquistada por iniciativa de Carlos X para ganar popularidad en los últimos días de su reinado, los sucesivos gobiernos de Francia en los siglos XIX y XX –monarquía, imperio y república- mantuvieron a Argelia dentro de sus dominios coloniales hasta 1962, año en que el presidente Charles de Gaulle reconoció su independencia tras una cruenta guerra.
¿Cuál fue la posición de Alexis de Tocqueville sobre Argelia? Podemos conocer sus ideas y programas gracias a sus escritos, que engrosan los varios volúmenes de sus obras completas. Adentrémonos, pues, a su pensamiento.
El primero de los textos de Tocqueville sobre Argelia data de 1837, cuando publica dos extensas y eruditas cartas en La Presse de Seine-et-Oise, en plena campaña electoral para ganar un escaño por el distrito de Versalles. Ya diputado por Valognes, en Normandía, a partir de 1839, persiste en su interés por la cuestión argelina. Vuelve a escribir, entonces, en 1841 algunas notas de su primer viaje y un Travail sur l’Algérie. En este periplo fue nuevamente con Gustave de Beaumont –su compañero en el célebre viaje a los Estados Unidos-, también diputado. Realizó una segunda visita en 1845, tras haber intentado –en vano- impulsar algunas de sus ideas sobre la cuestión argelina en el parlamento francés. Las circunstancias del nuevo viaje fueron diferentes, ya que la colonia estaba seriamente amenazada por Abd-el-Kader.
Hay que decirlo con claridad: Alexis de Tocqueville era un firme partidario de la colonización de Argelia, no un crítico. Su interés en esta colonia era lograr que se constituyera en parte efectiva de Francia, y para ello sugiere tener en cuenta una serie de políticas.
Y aquí encontramos a Tocqueville y sus propuestas clásicas: la descentralización administrativa –todas las decisiones se tomaban en la metrópoli, hasta los mínimos detalles-, la representación de los vecinos y la vida municipal, el respeto a la propiedad privada. Conciente del abismo que había –y sigue habiendo- entre occidentales y musulmanes, propone respetar las costumbres locales y no establecer leyes comunes, dada la falta de distinción entre el Corán y la ley civil en el mundo islámico. Precisamente, uno de los aspectos que señala en su temprano escrito de 1837 es que los franceses ignoraban las costumbres locales y que, en lugar de implantar su propio sistema en Argelia, deberían haber conocido y conservado las normas vigentes durante largo tiempo e ir transformándolas con el transcurrir de los años. Creo que Tocqueville suponía que, después de varios decenios, hubiera sido posible la fusión de las culturas en Argelia. En esa colonia del Magreb habitaban varios grupos étnicos y él propuso actitudes diferentes para cada uno de ellos, de modo de poder mantener el orden y alcanzar la paz.
¿Por qué era importante asegurar esta colonia? Para Tocqueville, Francia debía poseer una colonia en el Mediterráneo para hacer un balance con respecto a la presencia británica en esas aguas. La “cuestión de Oriente”, nombre con el que se conocía el reparto del desfalleciente imperio Otomano en manos europeas, era de importancia mayúscula para las grandes potencias del Viejo Continente. Rusia, Gran Bretaña, Francia y Austria codiciaban porciones de ese gigante moribundo. Por otro lado, consideraba que un retiro francés de la costa argelina hubiera significado un enorme desprestigio para su país, así como la inminente conquista de ese país en manos británicas. Los rusos tenían ambiciones sobre Constantinopla, de modo de asegurarse la salida del Mar Negro; los gobiernos del Reino Unido tenían su mira puesta en Egipto, para asegurar su ruta marítima hacia la India.
Pero esto no significa que Alexis de Tocqueville no estuviera en abierto desacuerdo con la gobernación militar de la colonia, que a su vez dependía del Ministerio de Guerra en París, tornando la administración cotidiana en una maquinaria centralista, lenta y arbitraria. Tocqueville auspiciaba un ministerio de Argelia, el nombramiento de un gobernador civil y la creación de instituciones municipales para descentralizar la administración. Proponía que los europeos instalados en Argelia tuviesen los mismos derechos que en Francia, a saber: libertad de prensa, garantías procesales, respeto a la propiedad, gobierno municipal.
Distinguía entre europeos, árabes y cabilas. Tocqueville recelaba del Islam, al que consideraba funesto y fatalista. Estaba en desacuerdo con la construcción de mezquitas por parte de la administración colonial, con las ayudas para peregrinar a La Meca, o bien con la educación de la élite árabe en las escuelas de la metrópoli. Calló cuando se supo de algunas atrocidades cometidas por las tropas francesas en su guerra contra los caudillos árabes. Pero sí sentía gran simpatía por la población de origen cabila, ya que consideraba que tenía un gusto instintivo por la libertad y el autogobierno.
Se trata, entonces, de un Tocqueville muy diferente del que conocemos a través de la lectura de sus obras más célebres.
Y es que –no lo olvidemos-, era un hombre de la centuria decimonónica, en la que contradictoriamente se entretejían ideas de libertad con pasiones nacionalistas, deseos de igualdad con sueños imperiales.

Bibliografía consultada:
Tocqueville, Alexis, Sur l’Algérie. París, Flammarion, 2003.
Jardin, André, Alexis de Tocqueville, 1805-1859. México, FCE, 1997.
Bégin, Christian, “Tocqueville et l’Algérie”, en The Tocqueville Review/La Revue Tocqueville, Université de Toronto, Vol. XXX, n° 2, 2009.

sábado, 25 de febrero de 2012

La expulsión de los judíos de España.

Por Ricardo López Göttig

En 1469 se unieron en matrimonio los príncipes de Castilla-León y de Aragón, que serían conocidos después como la reina Isabel y el rey Fernando. Isabel ascendió al trono en 1474, y él en 1479. Esta unión, que puso fin a las guerras que libraban entre sí, inspiró el sentimiento místico de que una España unida podía reconquistar Jerusalem en un futuro próximo. De allí que, al igual que sus predecesores, prosiguieron la reconquista del territorio ocupado por los musulmanes desde la invasión del 711. Lo que restaba incorporar era el reino de Granada, en el sur, en donde quedaba la última porción de Al Andalus. Ambos ejércitos unidos lograron la conquista de Granada en 1492 y, por consiguiente, aplicaron una rigurosa política de intolerancia religiosa hacia judíos y musulmanes. Esto significó la expulsión de todos los judíos que no aceptaban su conversión al catolicismo. Hubo quienes se convirtieron pero continuaron siendo judíos en secreto, los conocidos como marranos. Estos fueron perseguidos por la Inquisición, institución creada por el Papa en el siglo XIII y que los reyes católicos adoptaron en 1481 y que tuvo su sede en Sevilla, gracias al permiso otorgado por Sixto IV en 1478. El propósito era dotar al reino unificado de un fuerte sentimiento religioso y místico, una “ideología” común. El catolicismo era un instrumento político de unificación y lealtad de la monarquía unificadora. Las expulsiones fueron de gran popularidad entre los cristianos, incluyendo a los “cristianos viejos” que eran conversos que rechazaban a quienes no habían abandonado su religión [1]. Una parte de los judíos que se negó a esta conversión forzosa emigró a Holanda, en tanto que otra llegó a Tesalónica (actualmente Grecia, entonces parte del Imperio Otomano), en donde continuaron hablando el ladino, un castellano antiguo que se escribe con alfabeto hebreo.

En los años previos a esta política de expulsión, hubo varias comunidades judías en los distintos reinos cristianos de la península ibérica. Unos pocos participaban en la administración financiera y eran prestamistas de las monarquías; la gran mayoría se dedicaba al pequeño comercio del vino, herrería, o eran pequeños agricultores. Si bien estas comunidades podían vivir en el seno de estos reinos, la Iglesia Católica les era hostil. Los dominicos, por ejemplo, tenían permiso de ingresar a las sinagogas para predicar el cristianismo, y los judíos debían escuchar en silencio [2]. El maltrato era habitual y los “debates” de sacerdotes con rabinos para demostrar la superioridad del cristianismo eran puestas en escena para humillarlos, en una atmósfera cargada de violencia y amenazas [3]. La política hacia los judíos por parte de los reyes católicos, previa a la expulsión, fue el aislamiento físico, las restricciones políticas y económicas y la degradación social hasta obligarlos a su conversión. Por otro lado, procuraban que no tuvieran contactos con los “cristianos viejos”. Pero en algunas ocasiones sí ayudaron a la comunidad judía, como fue el caso en 1476 en que depusieron al alcalde de Trujillo, por hostigar a los judíos locales [4]. La familia Abarbanel, por ejemplo, asistió política y financieramente a la reina, de modo que su política fue ambivalente en los primeros años. Con el establecimiento de la Inquisición, antes mencionada, comenzó la labor persecutoria en Andalucía, en donde procesaban a los conversos, muchos de los cuales continuaban la práctica del judaísmo en secreto. La Inquisición se mantenía económicamente con las confiscaciones…

El Edicto de Expulsión fue firmado el 31 de marzo de 1492 en la recién conquistada Granada –en donde ingresaron los reyes el 2 de enero-, y promulgado en Castilla y Aragón en abril de ese año. La fecha establecida como límite para que los judíos abandonaran ambos reinos, o bien se convirtieran en cristianos, era el 31 de julio de 1492. A los motivos religiosos, hay que sumarle la popularidad de la actitud antijudía en la población cristiana, hábilmente orquestada por las autoridades. La expulsión significó la ruina económica de muchos judíos, ya que vendían sus propiedades a bajo precio y se les prohibió llevar metales preciosos y joyas al exilio. Los precios del transporte, asimismo, subieron sustancialmente de precio. El exilio era a tierras desconocidas, con lenguas nuevas, y suponía el abandono de las tumbas en donde yacían sus antepasados. Uno de los motivos que se adujeron en el edicto de expulsión fue que los judíos podían utilizar estratagemas para debilitar la fe de los recientemente conversos, subvirtiendo y pervirtiendo a estos nuevos cristianos para llevarlos al error… [5] Al aislar a los conversos de todo contacto con rabinos y textos judíos, suponían que serían rápidamente absorbidos en la gran comunidad cristiana. Hubo muchos que optaron por la conversión al cristianismo, suponiendo que esta era una política pasajera, o bien pensaban continuar practicando su religión puertas adentro. Los conversos tenían un fuerte incentivo económico y social, ya que mantuvieron sus propiedades. El 31 de mayo se bautizó el rabino Abraham de Córdoba, ceremonia en la que estuvieron el Cardenal Mendoza y el nuncio apostólico. Otros, como el financiero Abraham Seneor y su hijo Meir, se convirtieron en presencia de los reyes católicos, y este acto lo llevó a ocupar un puesto en el Consejo Real. La situación fue extremadamente difícil, entonces, para quienes eran de las pequeñas clases medias y artesanos, que debieron partir. Se estima que unos cien mil judíos fueron a Portugal, con la esperanza de que en ese reino pudieran aguardar tiempos mejores. Allí se les impuso una exorbitante visa por ocho meses. 25 embarcaciones salieron de Cádiz en dirección al puerto de Orán, y muchos de estos emigraron después a Portugal. Una parte emigró a Marruecos, en donde no fueron bien recibidos por los judíos de Fez. Otros emigraron a Italia y a los Balcanes turcos, en la ya mencionada Tesalónica. Los judíos conversos al cristianismo podían retornar a España si demostraban su bautismo, y hubo descendientes que retornaron en los siglos XVII y XVIII, exhibiendo las actas exigidas por el Santo Oficio [6].

Los números sobre los conversos y los exiliados difieren sustancialmente, ya que las fuentes son dudosas, no habiendo estadísticas fiables. Se desconoce cuántos emigraron a Portugal y cuántos al Imperio Otomano. Son cifras que varían entre 85 mil y los 400 mil judíos en la España de esa época, de acuerdo a las fuentes utilizadas. Henry Kamen, por ejemplo, señala que una minoría de los 85 mil optó por el exilio, y que de estos la mayoría fue a Portugal. La emigración al Imperio Otomano, a su juicio, fue en los decenios posteriores. Sin embargo, Kamen no logra explicar cómo es que la Inquisición investigó y enjuició a unos 50 mil judíos, lo que significaría que la casi totalidad de los que permanecieron en suelo español fueron acusados de cripto-judaísmo [7]. Otro autor señala que unos 120 mil judíos habrían emigrado a Portugal y de allí habrían salido algunos en 1493 hacia otros destinos, pero la gran mayoría se habría asimilado [8]


[1] TRUXILLO, Charles A., By the sword and the Cross. The Historical Evolution of the Catholic World Monarchy in Spain and the New World, 1492-1825. Westport, Greenwood, 2001. PP. 35-39.

[2] GITLITZ, David, Secrecy and Deceit: The Religion of the Cripto-Jews. Philadelphia, The Jewish Publication Society, 1996. P. 4

[3] Ibídem, pp. 10-11.

[4] Ibídem, p. 17.

[5] ALPERT, Michael, Crypto-Judaism and the Spanish Inquisition. New York, Palgrave, 2001. P. 26

[6] Ibídem, P. 27

[7] Ibídem, P. 29

[8] NETANYAHU, B., The Marranos of Spain: From Late 14th to the Early 16th Century, According to Contemporary Hebrew Sources. New York, Cornell, 1999. P. 213.

viernes, 17 de febrero de 2012

La política de la distensión y la "diplomacia del ping pong".


Por Ricardo López Göttig

Desde inicios de los años sesenta, la Unión Soviética y la República Popular China se habían distanciado y provocado la ruptura del “campo socialista”. Si bien en vida de Stalin hubo resquemores con Mao Zedong, resultaba claro que el liderazgo del mundo socialista era reconocido al primer país en donde había triunfado la revolución en 1917. Pero tras la muerte del líder soviético y el gobierno en la URSS de una dirección colegiada del Politburó, Mao aspiraba a ser considerado un par.

El propósito de este trabajo es explorar en qué contexto se desarrolló la llamada "diplomacia del ping pong" por parte de Estados Unidos y la República Popular China, en los años sesenta, en tiempos de la política de distensión. Procuraremos reflexionar sobre este acercamiento en plena guerra fría por parte de un presidente estadounidense que se había labrado fama de anticomunista duro en Occidente, Richard Nixon, y el líder chino que recelaba de la URSS por su carácter "revisionista" y que se presentaba como el más revolucionario, Mao Zedong.

La primera señal de alarma para los líderes de la RPC se produjo con el célebre discurso de carácter secreto de Nikita Jruschov en el XX Congreso del Partido Comunista soviético –al que asistieron delegados de todos los partidos comunistas, gobernasen o no-, en el que hizo la crítica a los crímenes cometidos por Stalin en contra de los miembros del partido. Comenzaba, de ese modo, la etapa conocida como “desestalinización”, criticado por Mao como un “revisionismo”. No obstante, ambos países siguieron siendo aliados en esos años, hasta que se produjo el quiebre en el decenio de los sesenta.

A pesar de que en octubre de 1964 Jruschov fue desplazado como secretario general del Partido Comunista soviético por Leonid Ilich Brezhnev, este cambio no llevó a la reconciliación de los dos gigantes del mundo socialista, ya que ambos se consideraban los intérpretes más fieles y “ortodoxos” del marxismo-leninismo. Brezhnev no tenía experiencia ni conocimientos sobre política internacional y, de hecho, Andrei Gromiko continuó como ministro de Relaciones Exteriores hasta los años de Mijail Gorbachov. O sea que, más allá de que se hubiera nombrado un nuevo secretario general del PC soviético, los miembros del Politburó seguían siendo los mismos y, por consiguiente, persistían en una visión rusocéntrica y desconfiada de lo que ocurría en la República Popular China.

Vietnam

Desde la administración Eisenhower, los Estados Unidos se involucraron en la península de Indochina para contener el avance del socialismo, que había logrado la independencia de Vietnam del Norte (formalmente, República Democrática Popular de Vietnam) frente a Francia. Tras las conferencias de paz en Ginebra, de 1954, había un compromiso de unificar a los dos Vietnam en elecciones libres y conjuntas en 1956, pero lo cierto es que ninguna de las partes estuvo seriamente comprometida a cumplirlo. El presidente Dwight Eisenhower, exponiendo la “teoría del dominó”, sostuvo económicamente y militarmente a Vietnam del Sur (formalmente, República de Vietnam), entonces presidida por Diem. Era una prolongación de la Doctrina Truman de 1947, ahora para asistir a un aliado en Asia sudoriental. De allí que en 1955 se creara la SEATO, la alianza militar integrada por EE.UU., Gran Bretaña, Australia, Francia y países de la región, incluyendo a Pakistán; en este organismo, Vietnam del Sur fue miembro observador, junto a Camboya. El gobierno estadounidense envió asesores militares a Vietnam del Sur, a fin de preparar profesionalmente al ejército del nuevo país, que ya comenzaba a enfrentarse a la guerrilla marxista-leninista rural del Vietcong desde 1958, que era sostenida por el régimen de Ho Chi Minh en Hanoi. Esta política, paradojalmente, fue criticada por dos senadores de la oposición demócrata, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson quienes, si bien estaban de acuerdo en auxiliar a Vietnam del Sur, proponían la “vietnamización” del conflicto. Por su parte, el entonces vicepresidente Richard Nixon sostenía que debía incrementarse la presencia estadounidense en ese país, para impedir el avance del socialismo, en consonancia con la política Eisenhower. En las elecciones de noviembre de 1960, se impuso el binomio Kennedy-Johnson sobre el republicano Nixon. En su presidencia, Kennedy debió enfrentar los desafíos de Nikita Jruschov quien, a pesar de su proclamada idea de la “coexistencia pacífica”, provocó dos situaciones sumamente conflictivas: la construcción del muro de Berlín en agosto de 1961, y la instalación de bases de misiles nucleares en Cuba, en octubre y noviembre de 1962, evento que podría haber desembocado fatalmente en una guerra atómica.

El Vietcong incrementó su actividad guerrillera en Vietnam del Sur y esto provocó el envío de unos veinte mil asesores militares estadounidenses, contradiciendo la idea de la “vietnamización”. Tras el asesinato de Kennedy en diciembre de 1963 y el ascenso de Johnson, el nuevo presidente llegará a enviar a suelo vietnamita más de medio millón de soldados. En 1968, año de comicios presidenciales en Estados Unidos, el Vietcong lanzó la ofensiva del Tet contra las bases militares estadounidenses en Vietnam del Sur, así como llegó a tomar posesión de algunas ciudades por algunas semanas. Si bien para el Vietcong esta fue una jugada suicida que mermó significativamente sus efectivos, el impacto en la opinión pública occidental fue letal para las aspiraciones de Johnson, quien renunció a un nuevo período. Bob Kennedy fue asesinado ese año en plena campaña, y en las filas demócratas el pacifista Hubert Humphrey ganó las primarias; en tanto que Richard Nixon volvió a la arena política y ganó las primarias republicanas. Esta vez Nixon fue electo presidente con su promesa de “vietnamizar” la guerra y llevar a su casa a los soldados de EE.UU.

El tablero político del mundo a fines del decenio de los sesenta era extremadamente complejo y explosivo. Los líderes occidentales eran cuestionados por los activos movimientos pacifistas que tomaban las calles, los jóvenes de Francia, Alemania y Estados Unidos rechazaban los valores de Occidente, en tanto que admiraban a Mao Zedong, Guevara y Fidel Castro [1]. Por otro lado, en el bloque socialista, el intento de crear un “socialismo con rostro humano” en Checoslovaquia fue aplastado por los tanques del Pacto de Varsovia, y en la República Popular China comenzó en 1966 la etapa de la Gran Revolución Cultural Proletaria impulsada por Mao Zedong en contra de sus rivales dentro del partido utilizando a los jóvenes Guardias Rojos, que llevó al país a la anarquía.

A pesar de sus credenciales anticomunistas, Nixon y su entonces asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, tejieron los primeros lazos para iniciar una etapa de diálogo con la URSS, lo que se conocerá como la “política de distensión”. En Europa, la política de distensión tuvo su mayor éxito con la Ostpolitik del canciller Willy Brandt, de signo socialdemócrata, de la República Federal Alemana.

¿Por qué se produjo este acercamiento entre los EE.UU. y la URSS? Nixon y Kissinger querían salir del atolladero de Vietnam con el menor perjuicio posible para el prestigio del país, en tanto que Brezhnev buscaba reducir la conflictividad dentro de su propio bloque. Los estadounidenses suponían que Vietnam del Norte era más dócil a los mandatos de la URSS, pero luego advirtieron que Ho Chi Minh tenía sus propios objetivos en Indochina y que, en muchas ocasiones, los soviéticos acompañaban a regañadientes sus iniciativas. Su grado de autonomía era altísimo dentro del bloque socialista, e incluso recibía ayuda militar tanto de la URSS como de la RPC.

Asimismo, los soviéticos estaban preocupados por su vecino chino que, si bien deberían ser aliados frente a Occidente capitalista, estaban enzarzados en un enfrentamiento ideológico y geopolítico que los llevó a los enfrentamientos bélicos en el río Ussuri, en 1969 [2]. Se han contabilizado 400 enfrentamientos en la frontera en 1960, más de cinco mil en 1962 y unos cuatro mil en 1963, años en los que se produjo la ruptura sino-soviética. Mao afirmaba que la región del lago Baikal era parte del antiguo imperio chino, arrebatada por el expansionismo zarista en el siglo XIX [3].

Los dos colosos socialistas

La Unión Soviética, a pesar de su declamado socialismo internacionalista, en gran medida prosiguió la ambición imperial expansionista y rusocéntrica del zarismo. Stalin tuvo intenciones de asegurar la presencia soviética en Manchuria cuando finalizaba la segunda guerra mundial, y para ello negoció con el Kuomintang, aunque luego apoyó al Partido Comunista chino. Stalin también tuvo ambiciones sobre la región del Xinjiang, habitada por los uigures, turcomanos étnicamente emparentados con los habitantes de las cinco repúblicas soviéticas de Asia Central. Por otro lado, en el Politburó temían una invasión masiva a Siberia, por lo que pusieron sus esperanzas defensivas en la superioridad nuclear. La URSS era el país de mayor extensión en el planeta, pero su gran debilidad era su poca densidad demográfica, particularmente en la Rusia asiática que, además, es rica en recursos minerales. Desde este punto de vista, ¿por qué se produjo el enfrentamiento por la isla de Zhenbao/Damanski en el río Ussuri? Es posible que Mao haya provocado este incidente para desafiar al poder soviético, quizás para unificar en torno suyo a los chinos, tras los agitados años de la Revolución Cultural. Los soviéticos respondieron en modo contundente con tanques y artillería pesada y exploraron la posibilidad de una respuesta atómica con el aval estadounidense, pero Nixon –hacía poco que había accedido a la presidencia- se negó. Es probable que el Politburó haya interpretado que el gobierno chino había quedado muy debilitado y vulnerable por la Revolución Cultural [4]. El historiador ruso Vladislav Zubok señala que Brezhnev estuvo preocupado por un posible ataque chino en la frontera, y que el Ejército Rojo no hubiera sabido qué hacer si una multitud de miles de chinos desarmados cruzaba el río [5].

Mao Zedong, tras restablecer el orden interno después de la caótica Revolución Cultural que él mismo impulsó, comprendió que la República Popular China estaba cada vez más aislada en el escenario internacional, y su única aliada en el mundo era Albania… Rodeados de enemigos pro-occidentales (Japón, Corea del Sur, Filipinas, Taiwán) y pro-soviéticos (URSS, Mongolia, Corea del Norte, e incluso la India), la sensación de aislamiento lo llevó a tender la mano al enemigo ideológico por excelencia, los Estados Unidos.

El presidente Nixon se preocupó por la posibilidad de que la URSS se impusiera en la guerra sino-soviética, ya que eso hubiese alterado el delicado equilibrio en Asia Oriental [6].

El régimen de Vietnam del Norte era provisto militarmente también por la República Popular China, por lo que era uno de los actores a tener en cuenta en las negociaciones para la retirada de las tropas estadounidenses de Indochina. Esto significaba buscar un canal de conversaciones con el régimen socialista chino, después de tantos años de aislamiento y recelo.

Según Jeffrey Kimball, la visita de Nixon a Pakistán en 1969, tras formular la conocida “doctrina de Guam” sobre la vietnamización de la guerra, tuvo como uno de sus objetivos que el gobierno de este país transmitiera a la diplomacia de la RPC su intención de comenzar un acercamiento [7]. Una señal del compromiso real de vietnamizar la guerra fue en febrero de 1971 cuando los sudvietnamitas incursionaron en territorio laosiano para desarticular la provisión de armas a sus enemigos a través de la llamada “senda Ho Chi Minh”, que estaba en la jungla. En esa ocasión, que se temía una presencia significativa de tropas estadounidenses, Nixon optó por no intervenir, dejando la iniciativa en manos del presidente sudvietnamita Thieu. Esto convenció a los chinos de que la vietnamización era un proceso sincero de retirada de las tropas americanas. [8]

El 10 de abril de 1971, en China se recibió a una comitiva de jugadores estadounidenses de ping-pong, un hecho insólito después de dos decenios sin relaciones diplomáticas [9]. Este episodio, que dio inicio a lo que se conoció como la “diplomacia del ping-pong”, fue una significativa señal de apertura hacia el Occidente. Resulta interesante observar cómo ambos países emitían señales para que el otro pudiera decodificar la voluntad de diálogo, sin que ello significara abandonar los principios políticos y filosóficos que sustentaba cada régimen. El 14 de abril, Richard Nixon respondió con el relajamiento del embargo comercial a la RPC, se extendieron visas para visitas y se permitió que navíos y aviones de EE.UU. pudieran llevar mercancías de China continental.

El primer contacto secreto fue la visita de Henry Kissinger a Beijing en julio de 1971, ocasión en la que se encontró con Zhou Enlai, a la sazón primer ministro de la RPC. En ambos países, además de tener como rival común a la Unión Soviética, debían estabilizar la situación interna: Nixon precisaba de éxitos en su política exterior y demostrar que podía retirar las tropas en Vietnam, así como Mao Zedong necesitaba calmar los ánimos después de la Revolución Cultural, en la que los Guardias Rojos humillaron y atacaron a los funcionarios que denunciaban como “derechistas”, y luego ordenó al ejército a poner en orden a esos jóvenes. Nixon anunció en un discurso televisivo que este acercamiento a China –y se refería implícitamente a la RPC, no a la China nacionalista- no era en detrimento de las alianzas ya forjadas. El 17 de julio escribió al presidente de Taiwán, Chiang Kai-Shek, asegurándole que mantendría el tratado de defensa de la isla firmado en 1955 [10].

Resultado de este inesperado acercamiento entre estas dos naciones, fue el ingreso de la República Popular China en la ONU, desplazando a Taiwán (formalmente República de China) de su sitial permanente en el Consejo de Seguridad el 25 de octubre de 1971. Con el aval de Estados Unidos, la RPC ocupó su lugar por 76 votos a favor y 35 en contra en la Asamblea General, aun cuando la diplomacia americana intentó –sin mucha convicción- que Taiwán conservara un sitial en la Asamblea [11]. Así como por la Ostpolitik ambas Alemanias ingresaron en la ONU y se reconocieron mutuamente, y los países pudieron tener relaciones diplomáticas con ambas a la vez, con la diplomacia del ping pong la mayor parte de los países occidentales reconocieron como gobierno legítimo de China a la RPC, en detrimento de Taiwán.

Distensión entre URSS y EE.UU.

La apertura estadounidense hacia la República Popular China no alteró las conversaciones de desarme y limitación de armas con la Unión Soviética. Nixon viajó a Moscú a mediados de 1972, siendo la primera visita de un primer magistrado de ese país a la URSS y Polonia. Teniendo en cuenta, entonces, los antecedentes de Nixon en el seno del partido republicano y su famoso anticomunismo, el giro inesperado de su presidencia tuvo consecuencias inesperadas en el tablero de Asia oriental.

De la posición de debilidad, manifestaciones, el surgimiento de la contracultura hippie, los asesinatos de Bob Kennedy y Martin Luther King y la agitación interna juvenil por su participación creciente en la guerra de Vietnam, los Estados Unidos retomaron la iniciativa diplomática gracias a la audacia de Nixon y Kissinger, que se quitaron de encima los pesados prejuicios ideológicos y optaron por negociar con sus enemigos más acendrados.

Esta iniciativa diplomática lo transformó en el árbitro entre los dos colosos del campo socialista, podía inclinar hacia un lado u otro su ayuda en el caso de un nuevo enfrentamiento bélico, que hubiese tenido consecuencias devastadoras para la vida en el planeta. De este modo, introdujo una cuña entre ambos enemigos, que significó un elemento estabilizador por su capacidad nuclear, militar y económica.

Para los EE.UU., esta apertura significó también un nuevo mercado para sus exportaciones. Japón, en septiembre de 1972, reconoció como único gobierno legítimo a la República Popular China y “respetaba” su reclamo por la “reincorporación” de Taiwán, a la vez que la RPC cesó en sus demandas de indemnizaciones a Japón por la invasión entre 1937 y 1945 [12]. El primer ministro Tanaka visitó Beijing ese año, y esto abrió el comercio entre ambos colosos del Asia Oriental, tantos decenios enfrentados. En ese viaje, el premier Tanaka reconoció y se disculpó por el sufrimiento que los japoneses ocasionaron al pueblo chino, como un gesto inequívoco para alcanzar la paz sino-japonesa [13]. Para la RPC, este acercamiento y normalización de relaciones supuso el acceso a tecnología y capitales de los que carecía, lo que la sacaba del aislamiento y la fortalecía ante una posible nueva agresión soviética. Esta política claramente tendrá mayores resultados tras la muerte de Mao Zedong en 1976 y la apertura económica liderada por Deng Xiaoping. Pero el primer paso ya estaba dado.

Si bien se estima que la URSS había alcanzado en los años setenta la paridad estratégica con los Estados Unidos, no dejaba de ser un país subdesarrollado con armas atómicas. La situación interna del bloque socialista era de grandes privaciones para la población, en tanto que volcaban la mayor parte de sus recursos a la carrera armamentista, así como su industria se tornaba obsoleta y su economía era ineficaz por su planificación central. Sedienta de capitales, la URSS precisaba de acuerdos comerciales para incentivar la inversión en su territorio, y para ello requería normalizar sus relaciones con el Occidente capitalista. De allí que, a pesar suyo, el Politburó precisara de acuerdos de limitación de armas para poder volcar recursos hacia la salud, la alimentación y la vivienda dentro de su propio país, aun cuando emergiera la República Popular China como un rival fortalecido por su aproximación al Occidente. El tratado SALT de limitación de armas –que si bien nunca se llegó a firmar, fue la base para posteriores negociaciones entre ambas superpotencias en los años ochenta-, fue un paso gigantesco para dos bloques que tenían la capacidad de destruirse mutuamente –la denominada MAD- y también la de aniquilar toda forma de vida existente sobre el planeta, si utilizaban sus respectivos arsenales. En este contexto se inscribieron las negociaciones de Helsinki, que finalizaron en la convención firmada en 1975.

Esta situación de árbitro entre los dos grandes países socialistas, sumado a la victoria electoral de Nixon frente a George McGovern en noviembre de 1972, tuvo como resultado la posibilidad de llegar a un compromiso con Vietnam del Norte en febrero de 1973, luego de tantos años de negociaciones secretas en París. El régimen de Hanoi estaba fuertemente desgastado por tantos años en guerra, el país severamente bombardeado y sus principales aliados acercándose a los Estados Unidos.

¿Triángulo?

¿Es posible hablar de una diplomacia triangular en Asia Oriental como resultado de la apertura de China? En rigor, sería difícil hablar de un triángulo, puesto que las relaciones entre la URSS y la RPC eran las más hostiles. De hecho, según Kissinger [14], Leonid Brezhnev habría explorado la posibilidad de llevar adelante un ataque preventivo a la RPC por su creciente arsenal nuclear. Esto supuso un elemento de ventaja para Occidente, ya que tendió su mano hacia la China de Mao en el momento de su mayor aislamiento, sacándola del ostracismo, a pesar de su abismal distancia ideológica.

Si bien durante la breve presidencia de Gerald Ford prosiguió la política de distensión y se terminaron de retirar de la península de Indochina, en la presidencia de Carter hubo un serio retroceso en la relación con la Unión Soviética. Probablemente este distanciamiento ayudó a asentar aún más las relaciones con la RPC, a punto tal que Carter se desentendió del tratado de defensa a Taiwán en 1980, así como reconoció como único gobierno legítimo de China a la RPC.

Es decir que, en el enfrentamiento con el campo socialista, los Estados Unidos y Occidente se enfocaron en la contención de la URSS, ya que esta potencia no sólo tenía un enorme arsenal atómico a su disposición, sino que había demostrado claras ambiciones de expansión en Europa, Asia, África y América latina. El desafío chino, en cambio, se circunscribía al Asia Oriental y no parecía suponer un desafío global.

Asimismo, los comunistas chinos demostraron una gran capacidad de apertura y pragmatismo en su acercamiento hacia el Occidente: nadie podía objetar a Mao Zedong como “reformista” o “revisionista”, ya que para la RPC era un Lenin y Stalin simultáneamente: el fundador y el estabilizador del nuevo régimen. En este sentido, es interesante observar que un revolucionario profesional que fue guerrillero en su juventud, tuvo más capacidad de transformación en su visión del mundo que la que tuvieron los miembros del Politburó soviético, que no habían combatido por el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917. A lo sumo, muchos de ellos sí habían participado como soldados en la guerra contra la Alemania nazi entre 1941 y 1945, pero no como “revolucionarios”, sino como patriotas. Esta falta de “diplomas” en su carácter de revolucionarios, los incomodaba frente a los desafíos de Mao Zedong, Ho Chi Minh o Fidel Castro, que llamaban a la guerra total contra el imperialismo. Los miembros del Politburó eran burócratas del partido y querían conservar sus posiciones, sin llegar a los extremos para conservar el legado de Stalin.

La audacia y la ambición de Richard Nixon fueron acompañadas por el pragmatismo de Henry Kissinger, un declarado admirador de Metternich y Otto von Bismarck.



[1] John Lewis Gaddis, Nueva historia de la Guerra Fría. México, FCE, 2011. PP. 175-177.

[2] Gaddis, Op. Cit., p. 182.

[3] K. R. Bolton, Russia and China an approaching conflict?”. En The Journal of Social, Political, and Economic Studies. Volumen 34, n° 2, 2009.

[4] Vladislav Zubok, Un imperio fallido. Barcelona, Crítica, 2008. P. 316

[5] Zubok, Op. Cit., p. 315.

[6] Gaddis, Op. Cit., p. 183.

[7] Jeffrey Kimball, “The Nixon Doctrine: a Saga of Misunderstanding”. En Presidential Studies Quarterly, Volumen 36, n°1, 2006. Cabe recordar que Pakistán y la República Popular China han tenido conflictos bélicos por cuestiones fronterizas con la India, por lo que debía haber activos canales de conversación entre ambos países.

[8] Alexander Bevin, The strange Connection: U.S. intervention in China, 1944-1972. Connecticut, Greenwood Press, 1998. P. 220.

[9] Estos deportistas habían jugado en un campeonato internacional en Tokio, por lo que la comitiva china invitó a los estadounidenses a visitar su país. Nixon dio inmediatamente el visto bueno.

[10] Bevin, Op. Cit., p. 221.

[11] Bevin, Op. Cit., p. 222.

[12] Bevin, Op. Cit., p. 225.

[13] Bevin, Op. Cit., p. 225.

[14] Citado por Zubok, Op. Cit., p. 315.


Bibliografía consultada

John Lewis Gaddis, Nueva historia de la Guerra Fría. México, FCE, 2011.

Vladislav Zubok, Un imperio fallido. La Unión Soviética durante la Guerra Fría. Barcelona, Crítica, 2008.

Alexander Bevin, The strange Connection: U.S. intervention in China, 1944-1972. Connecticut,Greenwood Press, 1998.

Jeffrey Kimball, “The Nixon Doctrine: a Saga of Misunderstanding”. En Presidential Studies Quarterly, Volumen 36, n°1, 2006.

K. R. Bolton, Russia and China an approaching conflict?”. En The Journal of Social, Political, and Economic Studies. Volumen 34, n° 2, 2009.

Robert Service, Camaradas. Barcelona, Ediciones B, 2009.

John King Fairbank, China, una nueva historia. Santiago de Chile, Andrés Bello, 1996.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La arquitectura en el Shogunato.

Por Ricardo López Göttig

Introducción

En el extenso período de la historia japonesa conocido por el shogunato, podemos distinguir tres períodos claros: el Kamakura (1185-1333), el Ashikaga (1338-1573), un tiempo de enfrentamientos entre los diferentes clanes hasta el período Tokugawa (1600-1867) [1]. El propósito de este trabajo es explorar los conceptos fundantes de la arquitectura en este largo período de la historia del archipiélago nipón, buscando sus cambios y continuidades, así como la introducción de elementos culturales provenientes de China y Corea.

Kamakura

El período Kamakura fue de gran intensidad en la construcción de nuevos edificios en la capital, con matices que denotaban los cambios profundos que se estaban viviendo en este período, en el que arribaron influencias de la China de los Sung, así como también por la llegada del budismo Chan o Zen. Hubo también innovaciones en los métodos de diseño, como la utilización de la raíz cuadrada para el trazado de las curvas de los techos y su enmarcado [2]. De acuerdo a William Coaldrake, en el período Kamakura es posible advertir los rasgos del contenido militar de las nuevas autoridades que se impusieron en el régimen del shogunato [3]. Lamentablemente, y al igual que ocurrió precedentemente con Heian, muy poco es lo que ha quedado en Kamakura de su arquitectura, ya que fue incendiada por el clan Ashikaga al tomar el poder. Siendo la sede del Shogun y no del emperador, no quiso rivalizar con éste aun cuando podría haberlo hecho, por lo que su arquitectura no fue ambiciosa. Por otro lado, quizás no desearon dedicar mayores esfuerzos a la construcción de grandes edificios sabiendo la facilidad con la que podían ser destruidos. Por consiguiente, no hubo una expresión de autoridad explícita en el desarrollo arquitectónico hasta fines del período.
Fue a partir de los años en torno al 1250 en adelante que se preocuparon por la arquitectura en Kamakura. La única excepción en la primera parte del siglo fue el Gran Buda de Kamakura que se inició en el 1238 y fue concluido en 1252. Pero el cambio en el desarrollo arquitectónico está emparentado con el creciente poder del shogunato al impedir el intento del antiguo emperador Go Toba de restablecer el poder y la derrota de los mongoles en 1266 y 1281. El fracaso de la invasión de Kublai Khan llevó al shogunato a la creación de importantes monumentos religiosos y cívicos para reforzar la nueva concepción que de sí misma tenía la autoridad militar [4].
El templo de Shofukuji, en las afueras de Kamakura, es una buena expresión de la arquitectura del período y que sobrevivió hasta ahora. Fue fundado c. 1270. Desde el exterior parecería ser un edificio de dos pisos, pero el interior es abierto, que crece con series de soportes voladizos hasta el cielorraso liso. Junto a las estructuras de madera, las puertas y marcos de las ventanas curvadas, es una muestra clara y precisa de la influencia de la cultura china de entonces [5]. El edificio junto al templo es más trabajado, ya que se prestó atención a cada uno de los detalles, yendo más allá de lo que habían recibido de la arquitectura china, con el propósito de deleitar al ojo humano y de elevar el espíritu. Este tipo de templos Zen y también los de la Tierra Pura fueron construidos en regiones remotas durante el período Kamakura para esparcir los nuevos conceptos arquitectónicos, así como para demostrar la presencia y patrocinio del shogunato.

Castillos

Otro elemento característico de los tiempos del shogunato fue el castillo. En principio nació como simple fortaleza defensiva, pero luego se fue transformando también en símbolo del poder y riqueza. En este sentido, el primero de los castillos construido para realzar la figura de su señor fue el de Azuchi, del señor Nobunaga, entre 1576 y 1579 en el período de guerras. La fortaleza se ubicaba en la cima de una montaña, pero el palacio se hallaba al pie de la misma, con el evidente propósito de crear una corte acorde a sus ambiciones de expansión en el archipiélago [6].
Durante el extenso período de guerras del siglo XVI, los castillos variaron en su funcionalidad. Como se afirmó precedentemente, antes eran simples fortalezas para tiempos de guerra, pero que resultaban inhabitables durante mucho tiempo. Pero los prolongados enfrentamientos y el deseo de demostrar poder político y militar, llevaron a que estos castillos fuesen también residencias. Los techos tenían azulejos de terracota, paredes interiores de madera, paredes exteriores de piedra eran las innovaciones que se introdujeron en este período. De acuerdo a las descripciones que nos llegaron –la fortaleza fue destruida y sólo quedan los cimientos-, las paredes de piedra tenían 22 metros de altura, y en su interior había siete pisos. Su altura era de unos 46 metros. En el interior había una cámara de audiencias (hiroma), varias salas de espera y dos pisos con habitaciones para Nobunaga. El propósito del castillo de Azuchi era mostrar a Nobunaga como un intermediario entre el cielo y la tierra, de allí la magnificencia de la fortaleza y su ubicación, a fin de proyectar su ambición política vinculándola con la simbología religiosa. En las cámaras interiores, había decoraciones de dragones y tigres en lucha, y también evocaciones a relatos del Shinto y de los sabios confucianos; en otras, había retratos de la vida cotidiana y de la naturaleza, creando un ambiente más relajado.
El castillo de Himeji, por otro lado, aún es conservado y es expresión de la era Tokugawa, iniciada tras el período de guerra civil del siglo XVI. Se construyó entre los años 1601 y 1613. De una altura similar a la de Azuchi, demoró muchos años en su construcción por la complejidad del sistema, que incluía un laberinto defensivo. Para evitar su destrucción en terremotos, tenía un largo pilar en el centro conocido como shinbashira. También este castillo tenía como uno de sus objetivos la proyección de la autoridad, y cabe remarcar que fue erigido después de la guerra, con lo que su propósito era demostrar la consolidación de los nuevos señores triunfantes en la batalla de Sekigahara, en 1600. En esta línea se inscribe el castillo de Edo, en el corazón de la capital de los shogunes y que superaba en altura a los anteriores, pero que fue destruido por el fuego en 1657 con gran parte de la ciudad.
No obstante, se estima que es el castillo de Nijo, en la ciudad de Kyoto, el que mejor expresa la arquitectura del período Tokugawa, al que sería más preciso denominar palacio fortificado. Es un complejo de palacios y edificios administrativos, cada uno protegido por murallas y fosos [7]. En este complejo palaciego es posible advertir la influencia del pensamiento neoconfuciano y por ello hay rasgos que permiten descubrir cómo el shogunato quería transmitir su autoridad de modos sutiles que, para los ojos del buen observador, se traducían en códigos del poder. El orden político era parte del orden cósmico, y por consiguiente debía existir una armonía entre lo visible y lo invisible. El poder político debía influir, sugerir e intimidar. El énfasis dejó de ser vertical –tal como hemos visto en los castillos antes mencionados- y ahora el eje pasa a ser horizontal, con palacios de una sola planta. Por ello, las salas debían inducir a la obediencia del daimyo al shogun, provocando un fortísimo impacto psicológico en el vasallo. De hecho, parte de este complejo fue construido para recibir la visita del emperador Go Mizunoo en 1626, cuya residencia era cercana. Para su visita de cinco días se construyó un palacio, un lago artificial y estaba rodeado de jardines.
El emperador visitaba a su cuñado Iemitsu, tercer shogun del clan Tokugawa en la gran sala de audiencias del palacio Nimomaru. Las paredes y puertas corredizas se habían decorado con pinturas deslumbrantes de pinos, que reproducían los pinos de los jardines adyacentes al palacio, cuyo autor fue Kano Tanyu (1602-1674). No sólo esta sala estaba decorada con estos motivos, sino las restantes cuatro también, lo que era una rareza en la época. Interior y exterior interactuaban y, en este sentido, Kano Tanyu trabajó junto al diseñador Kobori Enshu para que hubiera armonía entre ambas partes. El mensaje era político: tanto en China como en Japón, el pino simbolizaba la longevidad; también en el Shinto eran considerados kami y se los relacionaba con lugares sagrados. Quien supiera decodificar este mensaje, sabía interpretar que lo que se buscaba comunicar era la alianza eterna y sagrada entre los Tokugawa y el emperador [8].

Conclusiones

Los shogunes, concientes de la peculiar naturaleza de su legitimidad ante la presencia del emperador, precisaban demostrar su fortaleza ante los enemigos políticos y militares. Buscaron consolidar su poder no sólo a través de la fuerza militar, sino también recurriendo a los símbolos exteriores y sutiles del poder, ya sea elevando grandes castillos en los que afirmaban su conexión con lo divino, ya emitiendo códigos que ojos entrenados podían interpretar.
La arquitectura del shogunato fue, entonces, expresión de su autoridad. Autoridad cuestionada en su legitimidad, en contraste con la del emperador. Y por ello precisaba de los recursos de la simbología y no sólo de la mera fuerza.
Para ello, no vacilaban en mostrarse asociados al budismo, al confucianismo o neoconfucianismo, al Shinto o a las tradiciones ancestrales de China y Japón. No era una arquitectura de simple recreación estética, de moda y refinamiento, sino de contenido y necesidad política.

Bibliografía consultada

William H. Coaldrake, Architecture and Authority in Japan. New York, Routledge, 1996.
Mikiso Hane, Breve historia del Japón. Madrid, Alianza, 2000.
Noriko Kamachi, Culture and Customs of Japan. Westport, Greenwood Press, 1999.
Karen Gerhart, The Eyes of Power. Art and Early Tokugawa Authority. Honolulu, Hawaii of University Press, 1999.


[1] Mikiso Hane, Breve historia del Japón. Madrid, Alianza, 2000. PP. 36-37.
[2] William H. Coaldrake, Architecture and Authority in Japan. New York, Routledge, 1996. P. 82
[3] Coaldrake, op. cit., p. 94.
[4] Coaldrake, op. cit., p. 96.
[5] Coaldrake, op. cit., p. 99
[6] Noriko Kamachi, Culture and Customs of Japan. Westport, Greenwood Press, 1999. PP. 105-106
[7] Coaldrake, op. cit., pp. 138-139.
[8] Karen Gerhart, The Eyes of Power. Art and Early Tokugawa Authority. Honolulu, Hawaii of University Press, 1999. PP. 12-31.